lunes, 23 de marzo de 2015

30.- CASA ANAYA - Plaza de España, 9. Cieza


Vista del llamado Ensanche de Cieza. A la derecha se puede observar la
Casa Anaya, en todo su esplendor, incluyendo el torreón ahora desaparecido

Estado actual. Cerrada, abandonada y amenazada de desaparición
En la localidad de Cieza, en lo que en su momento fue el Ensanche y hoy es pleno centro de la ciudad, se puede observar una curiosa vivienda que resulta muy llamativa a los ojos de todo aquel que visita esta localidad.

Se trata de lo que queda en pie de la residencia que en 1921 (por la fecha que figura en su fachada) mandó construir D. Luís Anaya Amorós [1865 – 1951], uno de los ciezanos más emprendedores de su época, químico, industrial e inventor, que desarrolló y patentó diversos procedimientos de fabricación que contribuyeron, a principios del siglo pasado, a perfeccionar la industria del esparto en Cieza.

Detalle de la fachada en donde se puede leer 1921, fecha de su construcción
La vivienda fue diseñada en un estilo que imitaba vagamente a las casas de la campiña inglesa, lugar donde al parecer acudía con regularidad por motivos profesionales. En ella se combinan elementos modernistas a base de trencadís que adornan ventanas y otros elementos de la construcción, con diseños geométricos, cercanos al art-déco, ignorándose todavía quien es su autor de la obra.

Detalle del trencadís que recubre las ventanas
Lamentablemente su grado de conservación es bastante malo, al estar cerrada desde hace mucho tiempo y en situación de abandono, encerrada por bloques de pisos que se levantaron ocupando en parte el terreno de la vivienda original, tal y como se puede observar al comparar las fotografías de la época con las actuales.

Anaya, del que lamentablemente no he sido capaz de encontrar ninguna fotografía, fue el inventor de diversas innovaciones industriales que llegó a patentar, incluyendo un autómata, seis inventos relacionados con el majado y las hilaturas del esparto, y también, el primer cajero automático del mundo dispensador de dinero, en este caso junto al ingeniero inglés Mr. Bernard Haslip Brunton.

Paso a transcribir parte del interesante artículo publicado por de Pascual Santos López titulado: CALENDARIOS, RELOJES Y UN CAJERO AUTOMÁTICO. CINCO PATENTES EN LA REGIÓN DE MURCIA Y DOS APLICACIONES DE PUBLICIDAD (1887-1928), en el que se explica con detalle el funcionamiento de este último invento:



“EL CAJERO AUTOMÁTICO DE BRUNTON Y ANAYA
Un invento en el que se utilizaría el tiempo para ayudar a controlar la débil voluntad del género humano sería el patentado por Brunton y Anaya en la Cieza de 1913. Se trataba de “Una caja mecánica repartidora de un cierto número de monedas con intervalos de tiempo determinados”. De esta manera titularon los dos inventores la patente 55.215 solicitada el 26 de marzo de 1913 y concedida el 15 del mes siguiente. El invento de Brunton y Anaya se podría considerar como precursor de los cajeros automáticos existentes en la actualidad.
Comenzando la segunda década del siglo XX, Cieza, ciudad industrial espartera del sureste español, acogía las empresas, industrias y esfuerzos innovadores de estos dos emprendedores que eran Brunton y Anaya.
Bernard Haslip Brunton (1871-1953), más conocido en Cieza como Bernardo H. Brunton, fue un ingeniero inglés que llegó a Cieza en 1896 para montar la primera central hidráulica de producción de electricidad, llamada por su propietario Juan Marín “La Fábrica San Antonio del Menjú” (Montes, 1999, p. 55). Brunton se quedó a dirigir la central hidroeléctrica y se afincó en Cieza, donde se casó y comenzó su actividad industrial como inventor, constructor y mantenedor de maquinaria, llegando a patentar, además del cajero, seis inventos relacionados con el majado y las hilaturas del esparto.
Luis Anaya Amorós (1865-1951), comerciante y empresario minero en Cieza, concibió desde joven la idea de hilar y tejer de forma mecánica el esparto para obtener tejidos suaves, tupidos y económicos. Para ello se necesitaba realizar una serie de tratamientos físico-químicos y procedimientos mecánicos que aportaran la suavidad necesaria a la hilaza de esparto. Anaya llegó a patentar, además del cajero, cuatro patentes relacionadas con el tratamiento de la hilaza del esparto y la confección de sacos.
Brunton por su parte creó también el “Garage Inglés” (Nueva Cieza, 24/08/1922, p. 5) que se dedicaba a la construcción y mantenimiento de todo tipo de maquinaria y calderería y también a la venta y reparación de vehículos. Anaya, por su cuenta, creó una fábrica de hilados y tejidos de esparto que llevaría su nombre y que se dedicaba a la fabricación de todo tipo de tejidos de esparto, filtros para el prensado de aceite y confección de sacos para abonos y transporte de minerales.


Fue precisamente en ese año de 1913, tan prolijo para estos dos inventores, cuando se deciden a patentar su idea concebida para ayudar al ahorro familiar utilizando el tiempo como elemento de control. El ingenio titulado “Una caja mecánica repartidora de un cierto número de monedas con intervalos de tiempo determinados” es descrito en su patente como una caja de caudales. En su interior contiene una serie de tubos verticales (figura 4) de diferentes diámetros donde se alojan las monedas que la familia dedicaría al gasto diario del hogar. Debajo de los tubos se encuentra una placa deslizante en la que se han realizado unos orificios circulares, de suficiente diámetro y espesor para que se aloje la primera de las monedas que se encuentran apiladas en cada tubo. La caja posee un reloj donde se puede preseleccionar un intervalo de tiempo determinado, a modo de despertador, que cuando alcanza la hora programada, y de forma automática, libera un pestillo o cerrojo que permite abrir la placa deslizante y sacar las monedas. Una vez introducida de nuevo dicha placa caen por su peso las monedas, encajándose cada una en su orificio. Al mismo tiempo se arma de nuevo el cerrojo comenzando un nuevo ciclo.

El documento de la patente está formado por una memoria mecanografiada que no tiene planos ni esquemas, quedando a la imaginación del lector cómo sería el cajero. Gracias a la familia Brunton se ha podido recuperar uno de los prototipos fabricados por los inventores, que se puede apreciar en las imágenes”.

lunes, 9 de marzo de 2015

29.- CASA DE LA ALGODONERA – C/ de la Algodonera. Partido de Las Ramblillas - Alhama de Murcia


En la localidad de Alhama de Murcia, apenas hay unas pocas obras de estilo modernista dignas de ser mencionadas. No obstante, en las afueras de la localidad, y muy cerca de una conocidísima industria cárnica, en el denominado paraje de la Algodonera (nombre que hace alusión a la industria de extracción de fibra que hace años se ubicaba allí), existe una vivienda muy interesante, conocida como la “Casa de la Algodonera”, porque en su tiempo se ubicaron en ella las oficinas de esta empresa. 

Se trata de una vivienda rural de colores azulados que destaca desde lejos, exenta y coronada por una pequeña torreta situada en una esquina, lugar desde donde se controlaban las plantaciones de algodón, y que presenta elementos modernistas que hacen que sea bastante interesante y atractivo.


Lo más singular de la obra es sin duda el recubrimiento cerámico de diversos colores que todavía se puede ver en la parte superior bajo el alero, incluyendo la torreta, y que según nos contaron su actuales propietarios, recubría en su día por completo las cuatro fachadas del edificio, hasta que empezaron a desprenderse, optándose por quitar la mayoría, lo que es una verdadera lástima, ya que en su día debía de lucir de forma espectacular.




En el edificio también destaca la sobria rejería, también de corte modernista, así como el ventanal del balcón principal, de clara inspiración sezession.

Según esos mismos amables propietarios (de los que lamentablemente no consigo recordar su nombre), el propietario fue D. Álvaro Figueroa y Torres [Madrid, 1863 – Madrid, 1950], más conocido como el Conde Romanones, título que le fue concedido a los 30 años por el Rey Alfonso XIII.

Figueroa era el segundo hijo de Ignacio de Figueroa y Mendieta y Ana de Torres y Romo, Marqueses de Villamejor. Esta acaudalada familia, una de las más ricas de España, tenía bienes raíces e importantes posesiones en toda la provincia de Guadalajara. Así mismo eran propietarios de minas en La Unión, y de una fábrica de desplatación y moneda en Cartagena.

Estudió Derecho en Madrid y Bolonia, y a la finalización de estos estudios se inició en la política municipal de Madrid, donde ocupó el cargo de Alcalde en tres ocasiones, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX.

En 1902, Sagasta lo nombró Ministro de Instrucción Pública, iniciando así una carrera que habría de durar hasta el advenimiento de la II República.

Siempre militó en las filas liberales, si bien liderando su propia facción política, con En 1903 fundó su propio periódico, el “Diario Universal”, que se convirtió en su órgano político personal.

Ese mismo año fue elegido Diputado por Murcia, un período que coincidió con el desempeño de su cargo como Ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas.

Casi con toda seguridad, es durante esta etapa cuando pudo construir la mencionada “Casa de la Algonodera”, de la que ignoramos su autor, pero que bien pudiera ser alguno de los que por entonces trabajaba en La Unión o Cartagena.

Durante los siguientes 30 años, desempeñó seis carteras ministeriales distintas, algunas como Instrucción Pública y Bellas Artes, y Gracia y Justicia, hasta en cuatro ocasiones. Fue Presidente del Congreso de los Diputados y del Senado, y presidió el Consejo de Ministros en tres ocasiones. Fue ininterrumpidamente elegido Diputado por Guadalajara, su feudo, durante más de 40 años.

Él fue quien aconsejó a Alfonso XIII, en 1931, asustado por el cariz que tomaban los acontecimientos, que abandonara temporalmente España. Durante la República continuó como Diputado en las Cortes, donde intentó defender el papel del Rey, pero su estrella política se había apagado definitivamente.